domingo, 27 de enero de 2008

La manos del abuelo

Cada parte de nuestro maravilloso cuerpo es única, con muchas funciones que algunas aún desconocemos y no dejamos de maravillarnos, por su estructura y por sus funciones que realizan y de us posiblidades para hacernos verdaderas personas. En este caso las manos, relatadas en este sencillo cuento son un bonito ejemplo.

LAS MANOS DEL ABUELO
Autor Desconocido

El abuelo, con noventa y tantos años,
sentado débilmente en la banca del patio. No se
movía, solo estaba sentado cabizbajo mirando sus
manos. Cuando me senté a su lado no se dio por
enterado y cuanto más tiempo pasaba, me pregunté si
estaba bien. Finalmente, no queriendo realmente
estorbarle sino verificar que estuviese bien, le
pregunté cómo se sentía.

Levantó su cabeza, me miró y sonrió.
"Sí, estoy bien, gracias por preguntar", dijo en una
fuerte y clara voz.

"No quise molestarte, abuelo, pero
estabas sentado aquí simplemente mirando tus manos y
quise estar seguro de que estuvieses bien", le
expliqué.

"¿Te has mirado alguna vez tus manos?"
preguntó. "Quiero decir, ¿realmente has mirado tus
manos?"

Lentamente abrí mis manos y me quedé
contemplándolas. Volteé mis palmas hacia arriba y
luego hacia abajo. No, creo que realmente nunca las
había observado mientras intentaba averiguar qué
quería decirme. El abuelo sonrió y me contó esta
historia:

"Detente y piensa por un momento en tus
manos, cómo te han servido bien a través de los
años. Estas manos, aunque arrugadas, secas y
débiles han sido las herramientas que he usado toda
mi vida para alcanzar, agarrar y abrazar la vida.

Ellas pusieron comida en mi boca y ropa
en mi cuerpo. Cuando niño, mi madre me enseñó a
plegarlas en oración. Ellas ataron los cordones de
mis zapatos y me ayudaron a ponerme mis botas. Han
estado sucias, raspadas y ásperas, hinchadas y
dobladas. Se mostraron torpes cuando intenté
sostener a mi recién nacido hijo. Decoradas con mi
anillo de bodas, le mostraron al mundo que estaba
casado y que amaba a alguien especial.

Ellas temblaron cuando enterré a mis
padres y esposa y cuando caminé por el pasillo con
mi hija en su boda. Han cubierto mi rostro, peinado
mi cabello y lavado y limpiado el resto de mi
cuerpo. Han estado pegajosas y húmedas, dobladas y
quebradas, secas y cortadas. Y hasta el día de hoy,
cuando casi nada más en mí sigue trabajando bien,
estas manos me ayudan a levantarme y a sentarme, y
se siguen plegando para orar.

Estas manos son la marca de dónde he
estado y la rudeza de mi vida. Pero más importante
aún, es que son ellas las que Dios tomará en las
Suyas cuando me lleve a casa. Y con mis manos, Él me
levantará para estar a Su lado y allí utilizaré
estas manos para tocar el rostro de Cristo".

Nunca volveré a mirar mis manos de la
misma manera. Pero recuerdo que Dios estiró las
Suyas y tomó las de mi abuelo y se lo llevó a casa.

Cuando mis manos están heridas o
dolidas, pienso en el abuelo. Sé que él ha recibido
palmaditas y abrazos de las manos de Dios. Yo
también quiero tocar el rostro de Dios y sentir Sus
manos en el mío.

Nuestras manos son una genuina
bendición. de hecho, basta imaginarnos el vernos
privados de ellas o su uso para darnos cuenta de
cuán importantes son. Otra cosa que la historia de
hoy me hizo pensar fue lo que hacemos con esas manos
en cuanto a nuestras relaciones con los demás: ¿las
usaremos para abrazar y expresar cariño y afecto o
las esgrimiremos para exhibir ira y rechazo? Ojalá
que el pensamiento de hoy nos ayude a escoger con
sabiduría.

No hay comentarios: